Cartas de Mercedes Rodríguez a Miguel Espinosa

Presentamos algunas de las cartas que Mercedes Rodríguez escribió a Miguel Espinosa. Poco a poco, iremos incrementando el número de éstas, dado su valor biográfico y literario. La correspondencia entre Mercedes y Miguel es una fuente de riqueza, en la que iremos bebiendo.

                                                                                        (I)

                                                                        Hoy -14 – Octubre -70

   Querido Mihayl:

    Encuentro muy raro tu silencio. Y el constante aplazamiento de tu viaje a Madrid, ¿a qué responde?

No te escribo porque dices que vienes; pero no vienes, y te escribo. Ocurrirá –como siempre que te escribo- que estarás de viaje en alguna parte, o me enfrentaré con cualquier otro contratiempo.

   Te brindo otra noticia en riguroso secreto.

   Creo que el nombramiento de Paco no será el África, sino a Holanda, lo cual simplifica enormemente todo.

   Te pido, en nombre de todos los dioses, verdaderos y falsos, que te calles. No te has enterado, ni siquiera a Paco. Si llamas por teléfono y él te lo dice, ya es otra cuestión.

   Me acordé inmensamente de ti en tu cumpleaños. Me callé porque sé que detestas la fecha. Te basta saber que me acordé mucho y bien de ti. En este sentido, no fue un día especial.

   Estoy aprendiendo a conducir. ¡Qué quieres! Yo tampoco inventé la máquina de escribir. El mundo moderno me empuja a una serie de conocimientos, más bien habilidades, que maldita la falta que hacen a mi ser. Voy a conducir porque los otros, los que son el infierno, me obligan. Y aumentarán mis complejos, porque, hasta aquí, lo que todo mostrenco o secretaria aprenden sin mover un músculo, a mí se me resiste. Creo que no aprenderé jamás, jamás. Pues bien, cuando todos estemos convencidos, me plantaré y…listo. El trabajo para aprender no me agota. Creo que son más duras las oposiciones a notario, pero, con la misma simpleza que veo como se conduce, ya te lo advierto: no aprenderé.

   Procura venir, que te vea, que nos veamos. Escribirte, hoy por hoy, es estar vendida. No lo hago en serio. No puedo.

   Besos.

      Mercedes

                                                                                                                                   (II)

                                                                                                                              (29-11-71)

    Mihayl querido: Mitsukuri nos visitó anoche y trajo noticias tuyas.

    Me siento hoy tan alcanzada por los recuerdos que ni tan siquiera tengo ganas de escribirte. Abandonarme en ti, sería bien diferente.

    Para colmo me llama esta mañana desde su hotel por si quiero una cosa privada. Naturalmente se refería a ti, puesto que me ha dado su número de télex. ¿Qué puedo decirle? Lo que le dije: que te quiero. Que no sé qué hacer para llevar a tu ánimo un poco de calma, de dulzura.

   Yo comparto tu criterio de las gentes casi por entero. Pero a mí no me angustian, simplemente me entristecen.

   Supongo que la enfermedad de tu madre es para ti un motivo constante de dolor. Yo no puedo hacer nada que no sea teneros a ambos presentes.

   Envío a Lista de Murcia otra carta y 1000 F. Cómprate algo por la Navidad.

  Escribo también a Madrid, al Rosalía de Castro. Nunca sé dónde encontrarte.

  Besos.

    Mercedes

                                                                                                                              (III)

                                                                                                                    Hoy – 31- Agosto – 1972

    Querido Mihayl: Había hecho el propósito de silencio del año anterior, y bien convencida estoy –en verdad que sí- de que no te hubiera importado.

    No atribuyas mis palabras, pues, a la emoción que he sentido los días pasados, constatando cuánto te alivia mi presencia. La emoción ha sido profundísima y ha vuelto a remover con infinita desesperación, el rescoldo de una afección que yo creía bien olvidada. La tristeza por haberte dejado rozar lo inhumano, lo absolutamente cruel. Tengo que darme golpes en la frente, de loca, para despertar y advertirme que, después de todo, eres tú quien está a muchos kilómetros, y no mi propio ser lo que quedó en la lejanía. Eso es, exactamente, lo que me sucede en Bruselas. Todo cuanto yo soy, con mis complejidades y contradicciones, claro, pero todo cuanto de algún modo me recuerda, me despojo de ello al salir de España. ¿Para qué lo querría aquí?

    Prueba tú a vivir desprendido, en todo, de ti mismo, durante tiempo y tiempo, y ya comprenderás que es una infelicidad insoportable. Es por eso que mis recuerdos vagan libres, por su propia cuenta, a pesar de mis mordazas y van a parar allí donde están erradicados. A veces creo que sería mejor cambiar de táctica, y en lugar de huir, dedicar todos mis esfuerzos a encontrar, ensamblar, reunir, y no desprenderme jamás de mis únicos, amados, bellos recuerdos, y tu presencia que los motiva. En otro tiempo hice eso y tampoco fui feliz, pero comparado con la desesperación de ahora…Aquello, al menos, no era la muerte.

    Los Mandarines es una ilusión que me resta, lo único capaz de entusiasmarme un poco por la vida. Si quisieras lenta pero implacablemente seguir mis consejos a este respecto, yo te los daría, y tal vez debería agradecerte otro nuevo renacer. Pero…ya sé que deberé achacar, una vez más, a tu indolencia, -y con la legítima excusa de lo feo que es el mundo- el no hacer nada para ir contra él.

    Yo te agradecería que me escribieras a Poste Restante de la siguiente dirección

c / 172 Chausse Louvain

    Escríbeme una carta inocua a mi casa, cuando me hayas otra a la dirección anterior. No es menester que me hagas alusión a ésta. Cuando llegue a mi casa una carta tuya, yo sabré que me has enviado la otra a Lista. No quiero pasearme sin recibir noticias tuyas. No quiero repetir el calvario del año anterior que tantas veces hice, sin ningún resultado, hasta el final. Si me avisaras cuándo estás en Madrid, y dónde, yo podría llamarte por teléfono desde aquí.

      ¿Comprendes que por ti mismo no sé nada de tu vida, si bien ignoro de ella muy pocas cosas?

       Si alguna vez llamas tú, hazlo entre las 10 y las 12 y media de la mañana, y en día de trabajo ordinario.

     Te envío la carta a Murcia, a Mi Bar. ¿Habrá suerte esta vez, o caerá donde no deba?

      Estas incertidumbres me descorazonan.

      Por favor, pregunta detalladamente, y por menudo, el coste de la edición de los Mandarines. Asegúrame que Juan presentó su solicitud de beca, e infórmame, sin tomar ninguna resolución, en cuanto esto esté hecho. Pero que esté hecho, no que tengáis el propósito de hacerlo, que, en vuestro caso, nada significa un propósito. Miguel, hazme caso, por mi propia salud. Sabes que no es de hierro.

    ¡Figúrate! Paco consentiría que yo fuera a España sin él, sólo para que Gómez Cano me hiciera un retrato. Sólo que yo no quiero ir a España con ningún encargo, yo quiero ir a nada. Porque si voy con una excusa he de cumplir el requisito. En esto yo soy implacable, ya lo sabes. ¿Qué me aconsejas? Por otra parte, yo no sé si Paco podrá soportar mucho tiempo aquí, con el necio del Embajador; es su japonés particular y, en verdad, cuanto más lo conozco, un verdadero cretino.

    ¿Escribirás? ¡Cómo cambiaría todo para mí con tus cartas!

      Besos.

                                M.

                                                                                                                 (IV)

                                                                                                 Hoy – 18 – Octubre – 1973

     Querido Miguel: Acabo de enterarme, por una llamada de Madrid, de la muerte de mi padre, ocurrida esta tarde a las 5 y media.

     La desesperación y el dolor que me poseen son intraducibles. Pero a alguien tengo que llorar y tú conoces ya este infierno.

     He intentado sacar billete para el avión de mañana a las 12. Es la primera vez que me sucede, pero ha sido imposible hacer eso de lo que tú crees poder, ni tan siquiera para llegar a ver a mi padre muerto. Voy a intentar ir a Barcelona y, desde allí, a Madrid. Pero ni siquiera este calvario me garantiza que podré ver a mi padre muerto. Mi desesperación es absoluta. Y ni siquiera sabré hasta mañana a las 10 de la mañana, si ésta me será posible. La noticia la he sabido esta noche a las 11 de la noche. Imagina, si puedes, esta noche en Bruselas, sola con mi dolor y mis recuerdos, sin poder hacer nada hasta las 10 de mañana. Es una afrenta del destino no por esperada menos cruel. Sé muy poco de su muerte, lo poco que he hablado estos dos últimos días con mi hermana. Mi padre se metió en la cama hace una semana, se negó a medicinarse, se negó a comer; el cardiólogo le vio hace 10 días, dijo que no le encontraba peor de la lesión, dijo que era una profunda, enorme crisis de ánimo, y le mandó al psiquiatra. Al siguiente fue antes de ayer que envió una carta cerrada al cardiólogo cuyo contenido no conozco. Esta misma mañana el cardiólogo estuvo en casa; repitió que no estaba peor de la lesión; se levantó a comer mi padre; se negó a comer –estaba en los puros huesos- se fue a la cama. Durante esta semana no quiso salir de la cama. A los diez minutos de acostarse se sintió peor; vino un médico de urgencia; le puso una inyección, y apenas puesta, expiró. Nada sé si ha hablado, ni siquiera si ha tenido conciencia clara de su muerte, tan querida y esperada, por otra parte. Mi padre, Miguel, ha muerto de pena, de dolor psíquico, de encierro en sí mismo, de inanición. Mi padre ha muerto porque ha querido; mi padre ha muerto de miedo a la vida. Tuvo miedo a una vida incómoda, infeliz, cuando estaba sano. Ello le condujo a la enfermedad; ésta le ha hecho la vida más penosa. A mi padre le ha matado una obsesión, ¿pero cuál? ¿Por qué? Esta es la pregunta que yo me hago esta noche una y otra vez. Sea lo que sea cuanto ha pensado, no ha llevado una vida indigna. ¿Qué le ha hecho, pues, tan desgraciado? El sentimiento de dignidad no sirve para alejar el espectro del temor. Y a mí a la reflexión de que no hay vidas dignas ni indignas, puesto que todas son precarias. Me trae también la convicción de que, el amor, el verdadero, no tiene por qué ser ni entendido ni compartido; se consuma en uno mismo.

       Intento volver al pasado y a los recuerdos tratando de acallar posibles remordimientos. Pero…apenas, en lo que yo vislumbro, me asaltan a pesar de todo, remordimientos. Todas mis desavenencias con mi padre como con otras gentes, siempre están basadas en algo que no pudo obviar, porque no pudo entender. Mi padre, que es lo que más he amado, es lo que menos he comprendido, por absoluta incapacidad mental. Mi padre era un solitario a quien la soledad jamás pesó, más bien la buscó incluso con intemperancias, hasta que se sintió enfermo. Era ya tarde para establecer un puente con los otros seres humanos. Admiro de él, siempre me ha fascinado, su amor a su trabajo, al trabajo puro y simplemente como una forma de integridad moral. Admiro también su condición austera del vivir. Pero tal vez estas son las causas por las que no ha notado nunca todo el amor y la fascinación que ejerció en todos sus hijos. La desventurada herencia de esa soledad, ese miedo, y esa austeridad y el trabajo como única base de integridad moral, están también en mi espíritu. El dolor en cada instante, la incapacidad de amar lo que no se respeta. Él ha llorado mucho en los últimos tiempos, pero, ¿por qué?

      ¡Dios mío, qué desesperación no haber estado junto a él estos días! Tú estuviste con tu madre hasta el último instante. Y no puedo llorar, no puedo llorar. Sólo siento amargura y desesperación infinitas.

Besos.

Mercedes

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